Hoy, 1 de enero, la Iglesia celebra a:

by AdminObra
  1. San JUSTINO, obispo. Italia. Ilustre por su celo y defensa de los cristianos. (s. IV).
  2. San ALMAQUIO, mártir. Roma. Se opuso a las luchas de los gladiadores. Fue muerto por ellos por orden del prefecto de la ciudad. (391).
  3. San EUGENDO, abad. Galia Lugdunense. Abad de Condat. Desde su adolescencia vivió en este monasterio, donde promovió la vida en común de los monjes. (516).
  4. San FULGENCIO, obispo. Ruspe, Túnez. Después de haber sido procurador de ese lugar, abrazó la vida monástica y fue constituido obispo. En la persecución de los vándalos, sufrió mucho a causa de los arrianos y, exiliado a Cerdeña por el rey Trasamundo, pudo al fin regresar a Ruspe, donde dedicó el resto de su vida a alimentar a sus fieles con palabras de gracia y verdad. (632).
  5. San CLARO, abad. Vienne, Borgoña. Al frente del monasterio de San Marcelo, que dejó a sus monjes un ejemplo de perfección. (660).
  6. San FRODOBERTO, fundador y abad. Troyes. Fundador y primer abad del monasterio de Celle. (667).
  7. San GUILLERMO, abad. Normandía. Abad de San Benigno, en Dijon. Al final de su vida, dirigió con firmeza y prudencia a muchos monjes, distribuidos en cuarenta monasterios. (1031).
  8. San ODILÓN, abad. Souvigny, Borgoña. Abad de Cluny, que fue duro consigo, pero dulce y misericordioso con los demás. Estableció treguas entre quienes estaban en lucha, y en tiempo de hambre ayudó a los necesitados con todas sus fuerzas. Fue el primero en establecer en sus monasterios la Conmemoración de todos los fieles difuntos, el día siguiente a Todos los Santos. (1031).
  9. Santa ZDISLAVA, madre de familia. Gablonné, Bohemia. Prestó consuelo a los afligidos. (1252).
  10. Beato HUGOLINO, anacoreta. Gualdo Cattaneo, Umbría. (s. XIV).
  11. San JOSÉ MARÍA TOMASI, presbítero. Roma. Teatino, y cardenal. Se dedicó con tesón a la investigación y publicación de los textos y documentos litúrgicos más antiguos, así como a las catequesis de niños. (1713).
  12. Beatos JUAN y RENATO LEGO, presbíteros y mártires. Avrillé, Angesrs. Degollados durante la Revolución Francesa por haberse negado a jurar la Constitución. (1794).
  13. San VICENTE MARÍA STRAMBI, obispo. Roma. Pasionista. Gobernó santamente las diócesis que tenía encomendadas, y por su fidelidad hacia el Papa fue desterrado. (1824).
  14. Beato SEGISMUNDO GORAZDOWSKI, presbítero. Lvov, Ucrania. Nació en Polonia. Se distinguió por su amor al prójimo, por ser precursor en el empeño de proteger la vida y por fundar el Instituto de Hermanas de San José, dedicado a la atención de los pobres y abandonados. (1920).
  15. Beato MARIANO KONOPINSKI, presbítero y mártir. Dachau. Polaco. Falleció a causa de las atrocidades que le infligieron los médicos de aquel lugar. (1943).

Hoy recordamos especialmente a Beato VALENTÍN PAQUAY

Nació en Civitavecchia, Italia, el 1 de enero de 1745. Fue el único superviviente de los cuatro hijos nacidos en el matrimonio del farmacéutico Giuseppe Strambi y Eleonora Gori. El celo de su padre por mantenerlo junto a él y ver cumplidos en su heredero los sueños que fraguó para su futuro no fue impedimento para que el joven defendiese firmemente su vocación. Ambos progenitores le transmitieron su fe y generosidad con los necesitados que Vicente aún superó con creces al punto de ser frenado en sus ansias de donación.

La madre, comprensiva y gozosa al conocer su inclinación al sacerdocio, le dio su bendición. Se formó en el seminario de Montefiascone. Inteligencia y piedad marcaron estos años en los que su amor a Cristo crucificado presidía su acontecer. Antes de recibir el sacramento del orden fue prefecto y luego rector del seminario de Bagnoregio. Ya se advertían sus numerosos dones y celo pastoral. Fue ordenado sacerdote unos meses antes de cumplir 23 años. Pero se sentía inclinado a la vida religiosa. Contra la voluntad del padre, llamó primero a las puertas de los padres de la Misión y luego las de los capuchinos. No era su lugar. Unos lo rechazaron por su débil salud y otros por su condición de hijo único hasta que conoció a Pablo de la Cruz en una misión, y quedó seducido por su ardor apostólico y virtud.

Cuando le pidió ingreso en los pasionistas, Pablo le abrió los brazos. Y a Giuseppe, que rogó y acudió no solo a él sino a quienes pensaba que podrían disuadir a su hijo, le respondió: «Debería alegrarse sumamente al ver que el Señor elige a su hijo para hacerlo un gran santo». Profesó en 1769. Unos años más tarde, después de haber encendido muchos corazones con su predicación, partió a Roma para ocuparse de los jóvenes estudiantes formándoles en todos los ámbitos. En 1775 Clemente XIV, sabedor de sus virtudes y dotes apostólicas que ya le precedían, le encomendó predicar en Santa María en Trastévere, convirtiéndose él mismo en uno de sus oyentes. Desde entonces, asiduamente y a petición del papa, el que ya era reconocido como «el predicador pasionista santo», impartió retiros a la curia pontifical, y otros estamentos del clero.

Sus dotes diplomáticas hicieron de él un valioso instrumento para la conciliación que llevó a cabo a petición de los pontífices. Hombre humilde, sencillo, abnegado, de intensa oración y penitencia, fue incluido en el cónclave que eligió a Pío VII y votado por una parte de los cardenales. No quiso distinguirse nunca de sus hermanos, y lejos de aceptar prebenda alguna por razón de su oficio: superior, provincial, consultor general, efectuaba las labores cotidianas en la huerta y en la cocina como uno más. Fue agraciado con el don de profecía y de penetración de espíritus; en sus predicaciones acaecieron hechos prodigiosos.

Pablo de la Cruz al sentir cercana su muerte le encomendó la Congregación: «Harás cosas grandes, harás mucho bien». Vicente tenía 30 años y había sido fidelísimo al fundador en los seis que llevaba como pasionista. Luego sería también su biógrafo. Escribió la vida de Pablo de rodillas en la celda que aquél había ocupado. Y más tarde fue su postulador. Muy devoto de la preciosísima Sangre de Jesús le dedicó su primer trabajo. Fue autor de obras escolares y espirituales. En 1801 Pío VII lo nombró prelado de Macerata y Tolentino y aceptó el nombramiento aunque su deseo habría sido vivir como simple religioso pasionista. El papa valoraba sus muchas virtudes y capacidad para regir, enseñar y santificar, y lo tranquilizó: «Sábete que nadie se ha interesado para elegirte; lo he hecho yo espontáneamente, por mi personal conocimiento, por inspiración divina».

A Vicente se deben grandes conversiones, como la de la hermana de Napoleón, emperador que lo envió al exilio al constatar que no podía vencer su fidelidad al Santo Padre. Los pobres, sin excluir a los demás necesitados, fueron objeto de su predilección. Decía: «Los pobres son mis patrones. Yo no soy sino su ecónomo». Como pastor dosificó la firmeza y la comprensión. Fue un gran renovador. León XII, que lo mantuvo en su oficio hasta 1823, afirmó: «Es suficiente su sombra para gobernar la diócesis». El pontífice lo retuvo junto a él. Cuando enfermo de muerte fue a administrarle el viático, manifestó: «Vicente mío, yo creía hacerte santo, pero algún otro pontífice lo hará». El humilde pasionista ofreció su vida por la del papa que se hallaba enfermo, y éste sanó de improviso, muriendo él repentinamente en el curso de una semana el 1 de enero de 1824.